lunes, 21 de noviembre de 2016

Me huele Córdoba



Hubo un tiempo en el que quise ser poeta y conseguí dar lástima. Ahora quiero decir cosas, mis cosas; y como muchas de mis cosas son cofrades y los cofrades somos barrocos, para seguir de algún modo los cánones establecidos, vuelvo a la rima y al verso. No soy especialmente habilidoso ni se me da demasaido bien, tampoco recuerdo las grandes lecciones de métrica, pero me gusta darle mi ritmo a lo que escribo y que lo que escribo signifique algo: que no sea rimar por rimar. De hecho, casi prefiero el ritmo sobre la rima, aunque tantas veces para que el ritmo sea bueno considero que la rima es necesaria.

Disculpen el párrafo anterior.

Recupero ahora unas letrillas que llevan escritas muchos meses, demasiados. Les cambio un par de cosas (cualquier momento es bueno para cambiar alguna letra hasta que las palabras son dichas o publicadas) y las comparto. ¿Por qué ahora? Porque no es que duela menos, no debe ser eso, pero sí que duele distinto. Salud.

Ya no huele Córdoba a jeringos,
ni a infancia de papel.
Tampoco a animales enjaulados
ni a su Arcángel Rafael.

Ya no huele a sutil azahar ni a primavera
ya no sé ni a lo que huele
pero huele más a despedida
que a recordar una vida entera.

Me huele Córdoba a llanto y a quebranto
A sordos tambores sin cornetas
Me huele a un adiós sin despedida
Pudiendo, te diría tanto.

Huele a lo que no me olió ninguna vez
Huele tanto que huele a ayer
A recuerdos de niño y vejez
A sonreir ahora, como por última vez.

A lo lejos la Mezquita
Apunta hacia donde estás
Nos vemos pronto, no lo olvides
Firma tu nieto, sin más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario