martes, 16 de diciembre de 2014

Tengo un gato, aunque no lo sabía.

Señoras, señores, tengo un gato. Y yo no tenía ni puñetera idea. Lo juro. Pero tengo un gato. O al menos eso dicen las no pocas cagarrutas que encuentro en mi jardín.

Mi jardín, pongámonos en situación a los efectos del asunto felino, es un trozo de tierra cubierto con césped artificial, delimitado por paredes teniendo en una de ellas un seto que se va formando a base de pinos.

Total, que el gato ha decidido que su sitio para cagar, aun no habiendo tierra con la que enterrar los frutos de ese ejercicio, es mi jardín. Y, claro, me jode. Me jode porque yo nunca he tenido gato ni nunca he querido tenerlo. Es un animal que no me cae bien, me genera desconfianza y, encima, se caga en mi jardín. Otros disfrutarán sus arrumacos y sus cosicas divertidas de gato doméstico, pero a mí me toca barrer o recoger sus mierdas. No es justo.

Ejemplar de gato similar al mío.
Cuando he visto al susodicho animal rondando los dominios que su afán defecador me discute, he hecho lo posible por espantarlo, por asustarlo. En definitiva, lo posible dentro de lo racional para que el animal relacione mi jardín con la huida. Pero el bicho ha debido calarme, sabe que no siempre estoy allí y ha decidido que la moqueta verde es para él.

Total, que me he hartado y he decidido comprar esto. Sí, un ultra ahuyentador de gatos a pilas. ¿Funcionará? Los comentarios en la web dicen, esencialmente, que sí. Ya os iré contando.

Si algún lector tiene o ha tenido vivencias similares, agradecería un comentario de ánimo, algún consejo o lo que sea. Si, por contra, algún lector tiene un gato en su casa, le agradecería en nombre de todos los dueños pasivos de gatos que vigile a su animal y haga lo posible para que los demás no tengan (tengamos) que aguantar las cuestiones más desagradables de sus mascotas.

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