jueves, 9 de agosto de 2018

Mi fe (parte 1).

Me pidieron en Instagram que escribiera sobre mi fe, contando de dónde viene o dónde la encuentro; y parece que el tema suscitó un poco de interés.

Veréis, mi fe es uno de mis mayores tesoros. Junto a mi hijo, mis padres, el resto de mi familia, mis amigos de verdad. Es, por tanto, algo que cuidar y defender; lo que no siempre es fácil.

En el origen de la fe de cada uno hay un factor fundamental que es quién te la hace llegar o cómo te llega. En la Andalucía donde yo crecí lo natural es que a muchos niveles la fe católica fuese la opción principal, quizás incluso la única, a la hora de "escoger" religión y tiene, por tanto y en mi caso, un origen concreto en las bases de mi educación tanto a nivel académico como familiar. Existe, además, en esa Andalucía de la que hablo una fuerte relación entre religión y cultura que se asienta en la Semana Santa, las cofradías y en muchas cosas más: el arte, los monumentos, muchas frases y coletillas populares e incluso muchos gestos individuales que alcanzan gran proyección: por ejemplo, el futbolista que se santigua cuando salta al campo.

Clavius, de la película "Resucitado"

El caso es que desde niño asumí esta fe, la mía, como verdadera y por eso siempre digo que la educación ha sido fundamental en ese camino. Pero todos sabemos que no basta con eso: son miles y miles las personas que en el mismo entorno y con una educación similar han desistido y han perdido esa fe o simplemente la han descartado. ¿Entonces?

Entonces, la respuesta es compleja. Algo debe haber en mí que me lleva a creer. No sé si es una necesidad de pensar en una vida trascendente, no sé si es alguna intuición de paz interior o, sin más, alguna intuición de Dios, ¡no lo sé! Sé que en este camino me ha ayudado mucho leer ciertas cosas, pensar algunas otras y vivir mi fe en comunidad: yendo a Misa con cierta frecuencia, recibiendo algún tipo de formación, participando aunque sea ligeramente en la vida parroquial, siendo muy activo en el asunto de las cofradías, etc.

También es cierto que siempre me rodeé de personas creyentes. Aunque esto es un arma de doble filo y probablemente otro día lo explique mejor.

Como el texto va saliendo largo, le van saliendo aristas, se va enredando; voy a partirlo aquí, no sin antes dejar un fragmento de mi último pregón (al menos hasta la fecha), que es el que dediqué a la Virgen del Carmen hace apenas unas semanas:

Mi fe, mi religión, la que también es la vuestra, no es un esquema de creencias orientado a la resignación, la del que con tono casi angustiado dice “que sea lo que Dios quiera”. Mi fe es la fe de la esperanza, la del que dice eso mismo pero con una sonrisa dibujada en el rostro y en el corazón. ¡Que sea siempre lo que Dios quiera! Pero, al mismo tiempo, como expresa el sabio refranero español: a Dios rogando y con el mazo siempre dando. Yo no lo veo de otra forma. Porque en Dios no dejo caer todo mi peso para descansarme sobre Él, no, Dios se parece más a la piedra en la que me apoyo para levantarme; o al bastón que, cuando piso terreno poco firme, me ayuda a no tropezar. Pero Dios es mucho más que eso: es la fuerza trascendente que ordena mi vida y da sentido a mi existencia

Me quedan cuestiones para siguientes textos: ahondar en las dificultades que plantean otras personas en mi fe; rescatar y reflexionar de nuevo en torno al instante en que vi a Dios y dónde lo puedo seguir encontrando día a día; darle una vuelta a cómo son mis conversaciones con Él y, de manera especial, las tres cosas que más fervientemente le he pedido en mi vida; y, si soy capaz, unir la fe y la existencia de Dios con una cuestión de lógica del pensamiento a la que me he adherido hace bien poco: la navaja de Ockham. También, y esto va a ser muy difícil, querría dejar escritas un par de cosas sobre lo cofrade y su relación no siempre correcta con la fe. Todo, como siempre, desde mi personal punto de vista.

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