lunes, 22 de octubre de 2012

Crónica de un chasco donde todo fue bien.

Escuchar un pequeño concierto de los Iris de Instinción o acudir a la clase práctica de la Escuela Municipal Taurina de Almería no son novedad alguna para mí. Son sucesos que ya se repiten año tras año. Rutina anual. Aunque si tengo que decir algo de ellos diré dos cosas: la primera es que me gustó mucho cómo el director de los Iris definió a su banda: "una banda grande de un pueblo pequeño". La segunda, respecto de la novillada, es que creo que Sergio Roldán fue con notable diferencia el mejor del festejo.


Pasando ya al asunto que quiero tratar, el sábado por la noche acudí al concierto que Los Secretos ofrecieron en Cibeles. Sala Cibeles, de Almería. Y lo de sala tiene su importancia.Y tiene su importancia porque yo, joven de provincias, me asomaba al mundo de los conciertos en salas de conciertos como quien se acerca por primera vez al cine del destape habiendo vivido lo más álgido de la censura. Pobre de mí. Le restaba yo importancia al hecho de quién diese el concierto y ponía por encima el tema de la ubicación: el lugar del crimen habría de ser una sala íntima, con poca luz y menos ruido, música clara y angelical para mis oidos, amén de la magia que destilaría un grupo importante del panorama nacional tocando para unos cuantos seguidores. Ah, la magia de lo íntimo haría aparición en aquella sala. Aquéllo no sería igual a nada de lo que yo había visto: grandes auditorios, plazas de todos, pabellones municipales o recintos al aire libre no podían tener nada que hacer ante lo que sería un concierto en sala. Máxime cuando el concierto lo daba un grupo al que supongo experto en cuestiones de sala, que por algo vienen de aquellos años y vienen de ese Madrid donde tantos conciertos en salas se dan cada fin de semana. ¡¡Esperaba yo estar en Madrid por un rato!!

¡¡Pero no!!, nada más lejos de la realidad. Con el agravante de haber visto ya un concierto de la misma gira en el señor Auditorio de Roquetas de Mar. Todo fue igual pero unos metros más cerca. Todo fue igual pero con un sonido ligeramente peor. Todo fue igual pero no, porque esta vez estuvimos de pie.

Más allá de este chasco personal que me llevé por vivir de ilusiones mágicas e intrascendentes, y para que nadie se lleve a engaño, es de justicia señalar que los músicos estuvieron francamente bien y muy majos todos. Incluido ese tipo tan soso que se llama Ramón y del que me apetecerá hablar otro día, si quiera de refilón, a propósito de mi denunciada sosería.

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