domingo, 28 de septiembre de 2014

La casa del viejo loquero.

Cuando llegaron a la casa del viejo loquero encontraron la puerta abierta y su interior vacío. Se respiraba la paz que entraba por las ventanas que daban al patio de luces del pequeño edificio, como se respiraba también el olor a pólvora del campo de batalla donde ya todo ha ocurrido y únicamente quedan los perdedores.

Una taza aún llena de café parecía indicar el camino que llevaba de la cocina al despacho donde solía recibir a sus pacientes. Enfermos, locos, ancianos, niños y algún que otro cuerdo pasaron por el otrora brillante sofá marrón de piel bañado ahora en polvo.

Junto a ese despacho, una puerta dejaba entrever un escritorio con un flexo, una pluma dorada y un cuaderno de notas garabateado aunque sin nada fácilmente legible. Al lado de la mesa, un mueble sostenía una microcadena donde un CD no dejaba de girar en modo "repeat one". George Harrison al aparato, con su "While my guitar gently weeps".



Al darse la vuelta para salir de aquella curiosa habitación en la que quizás en algún tiempo debieron vivir las musas del viejo, descubrieron una pizarra con el que bien podría ser su mensaje de despedida. Blanco sobre verde, con ambos signos de interrogación bien marcados, el loquero guardaba una pregunta que parecía no haber podido responder: "¿Y a quién le importo yo?".

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