Parece que Teresa Romero ha superado el ébola. Magnífica noticia tanto por ella como por todos los españoles y europeos que hemos visto de cerca el virus. Pero sobre todo por ella que va a salvar su vida.
Teresa, según parece, cogió el virus por un error suyo al despojarse de las protecciones con que se vestía para tratar con los misioneros enfermos. Yo creo que se puede reconocer con naturalidad la postura del error sin culpar a la persona que lo ha cometido: todos cometemos errores en nuestro trabajo, y por ello adquiere mayor valor el trabajo de los sanitarios que estuvieron en contacto con los misioneros repatriados, porque a sabiendas del riesgo vital lo asumieron.
Dicho esto, sí culpo en parte a Teresa de no haber sido más firme cuando acudió al médico porque tenía fiebre. Ella sabía que había estado en contacto con enfermos de ébola y por ello se tenía que haber plantado ante el médico que restó importancia a su fiebre, al cual por cierto habrá que pedirle explicaciones sobre si realmente Teresa le informó de su contacto con los misioneros o no.
En mi opinión, el tema del ébola ha sacado lo peor de muchas personas en estas semanas pasadas. El debate político se ha calentado hasta niveles insospechados por parte de algunos ciudadanos. Hemos visto cómo se ha machacado públicamente a la Ministra de Sanidad (quien por otra parte creo que no ha sido valiente a la hora de dar la cara ante este problema), se ha machacado al Consejero de Sanidad de Madrid (que en mi opinión ha sido más políticamente incorrecto que otra cosa), se ha arremetido contra la propia enferma y hemos vivido (y seguimos viviendo) el esperpento del perro.
De hecho, creo que ahora hay más personas preocupadas por la reacción de Teresa al sacrificio de su perro que alegres por su recuperación.
Ahora lo deseable e importante es que se vaya frenando esta pandemia en África donde no podemos olvidar que mueren miles de personas y muchas otras son estigmatizadas por haber pasado el virus.
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