Este texto fue publicado -aunque incompleto- en Diario de Almería el 16 de abril de 2017, Domingo de Resurrección.
Este Martes Santo era
tremendamente especial para las cuadrillas de costaleros y costaleras de la
Hermandad de la Coronación y su cuerpo de capataces: se ponía fin a un ciclo
con la despedida de su capataz, el latas. 14 años al frente del misterio y 11
como capataz general asumiendo también la dirección del palio es tiempo más que
suficiente para dejar huella, sobre todo cuando no se anda escaso de carisma.
Porque la vida enseña que hay
lágrimas de cocodrilo y hay lágrimas de verdad; y de estas últimas se
derramaron muchas el pasado Martes Santo en la Parroquia de Santa María
Magdalena. Deja su puesto un hombre sereno, sorprendentemente sereno. El latas
es temperamental e inquieto y sin embargo el Martes me pareció el tipo más
calmado del mundo, debe ser que se lleva la conciencia tranquila.
Sus cuadrillas le brindaron un
emocionantísimo tributo en la intimidad del templo, rozando ya la una de la
madrugada. No sé qué regalos se dieron, porque no me acerqué para verlos, ni sé
qué palabras se cruzaron, porque no me acerqué para escucharlas; pero fui
testigo directo desde la distancia que marca la prudencia de una auténtica piña
de emociones donde la voz de alguna costalera trató de alzarse hasta donde la
garganta aguantó el pulso de los sentimientos para tratar de expresar lo que ya
llevaban toda la tarde gritando unos y otras con su esfuerzo. Pero en esos
minutos de discursos y abrazos, me impactó la réplica calmada del capataz
saliente. ¡Quién lo diría!
Deja el latas los martillos de
Coronación no sin haber sufrido los ataques y las artimañas de quienes han
ambicionado hacerse con su puesto (¡qué tendrá un llamador!). Él se va, pero
sus pasos siempre han vuelto más que dignamente. Ése será el listón que deberá
superar quien le coja el relevo y la medida con la que se le juzgará; y cuando
sus fieles se vayan a luchar en otras guerras será interesante ver quién
recorrerá casi 6 kilómetros en un oficio que te puede dar la gloria, pero que
en ocasiones es terriblemente desagradecido.
Con su traje y su corbata, con
esa serenidad que yo no me esperaba, se alejaba el latas de Los Molinos en la
madrugada del Miércoles Santo. “Ahí va un hombre sereno”, pensé. Y yo no sé si
es, o no, buen capataz: nunca he trabajado a sus órdenes. Pero tengo muy claro
que yo siempre, siempre, querría a Francisco Javier Giménez López, el latas, en
mi equipo.
pues solo lo conozco de este año pero es un gran capataz y una gran persona en lo poco que lo conozco.
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