martes, 16 de julio de 2019

El verano

Leía el otro día en una entrevista que una de las preguntas buscaba "el mejor verano de la vida" de la entrevistada. Y yo mismo me hice esa pregunta: ¿cuál había sido el mejor verano de mi vida?

Y al echar la vista atrás, me topé con una certeza: en mi memoria todos los veranos de mi infancia y juventud parecen unirse en uno solo, el gran verano de mi vida. Porque todos los veranos de 1992 a 2004 tuvieron esencialmente el mismo sabor, por más que hubiera diferencias sustanciales entre ellos. La vida se jugaba en los mismos recintos, con las mismas caras alrededor, los mismos afectos.

Y poco importa si al principio iba más al parque municipal, si hacia el final todo se concretaba más en torno a una mesa de ping pong. Si al principio mi bicicleta tenía dos ruedines y al final me llevaba y me traía de la casa de un amigo en Roquetas, a unos cuantos kilómetros de mi punto de partida. Tampoco parece relevante que hacia el final naciera la posibilidad de entrar al Bribón de la Habana en las noches que encontraba algún brazo femenino al que agarrarme, porque si iba solo con chicos nos pedían el DNI. Todos los recuerdos acumulados caen en un mismo saco al que llego con 5 años y del que salgo con 17. ¡Qué gran verano aquél!

Porque ahora que se lleva tanto esto de enrolarse en las filas de los winterlovers o de los summerlovers, a mí del verano me seducirá siempre su aroma a juventud: todos en verano jugamos a ser jóvenes. A vestir pantalón corto, llevar chanclas, beber y comer al aire libre, pasar los días al sol abrasador del recuerdo y la memoria. A fin de cuentas, pocos gestos saben mejor que el de echarse una toalla al hombro y pisar el frescor del césped que hará de alfombra hasta la piscina.


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