miércoles, 29 de enero de 2020

Los suegros de Federico.

Pasó Federico, y cuando se nombra a Federico es de gente de orden saber de qué Federico estamos hablando, por el programa de Bertín, otro que tal, y pude ver algún fragmento del encuentro. Me llamaron la atención algunas cosas (la biblioteca, esa frase de "antes de que Cáritas fuese comunista", etc.), pero sobre todo me llamó mucho la atención la frase con la que describió a sus suegros, de los que dijo que tienen o tenían, no recuerdo el tiempo verbal, la idea de lo que es bueno y lo que es malo. Piropazo, a estas alturas de siglo.

Yo creo que en el fondo esa idea la tenemos casi todos, si bien son muchos los que han optado por ir dejándola atrás al compás que marcaban sus intereses más inmediatos. Porque ya no importa tanto lo que está bien y lo que está mal porque en este tiempo todo es relativo: las cosas no son ni buenas, ni malas; depende. Poco importa calificar un hecho como bueno o malo, porque la verdad no existe: únicamente existen los puntos de vista o, dicho de otra manera, la verdad no es un concepto unívoco sino que cada uno tenemos "nuestra verdad" (sobre esto tengo escrito y sin publicar un texto más amplio que, probablemente, cuelgue pronto). Que las cosas sean buenas o malas, más allá de que pueda ser cierto o no, carece de importancia: lo único que importa es que te haga feliz.

De este modo, con tanto relativismo moral, con la destrucción de la verdad como concepto y con la priorización total de la felicidad del ser sobre lo que pase con los demás, la sociedad como conjunto ha dejado de tener esa idea de lo que está bien y lo que está mal. No por no tenerla, sino por carecer de interés alguno en ella. Me recuerda al videojuego aquél: "nada es verdad, todo está permitido". El progresismo no quiere limitaciones morales, aunque paradójicamente sí que quiere ostentar una abrumadora superioridad moral sobre todo aquél que piense de otro modo.

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