miércoles, 12 de febrero de 2020

De bruces.

Ni soy muy de radio, ni soy muy de prensa escrita; pero en la medida de lo posible sí que he sido bastante de Pérez-Reverte, del Jabois pre-El País, de Gistau y de Hughes. También de Cuartango, Rosa Belmonte y Landaluce (de la que hoy hemos sabido que se encuentra inconsciente por un accidente y a la que deseo una prontísima recuperación), aunque a ésta última cuesta mucho leerla donde suelo leer a esta gente: en Twitter.

A Gistau lo he tenido, desde hace muchos años, como un columnista top. Inteligente y divertido a partes iguales. Ya me fastidió que dejara Twitter, pero lógicamente más aún me ha dolido que haya dejado la vida. Y ni lo he seguido con interés exacerbado, ni he intercambiado tuits con él: nada. Pero el tipo se hacía querer con su pluma y con ese aspecto bonachón.

Ahora, escucharle y leerle sobre la prematura muerte de su padre, sobre su inmensa preocupación porque a él no le pasara igual y no terminara dejando a sus hijos sin su figura paterna demasiado pronto, ese miedo, esa "sensación de finitud"... es un baño de realidad tremendo. Ni somos eternos, ni sabemos cuándo nos daremos de bruces contra ello. Que su objetivo en la vida fuera, ante todo, conformar una familia y ejercer el papel clásico de padre de familia me causa admiración por la sencillez y clarividencia que demuestra con ello.

También me pongo ante el espejo y me reconozco en algunas cuestiones. Yo sí me sentí padre desde el primer momento que vi a mi hijo, no necesité verlo "desvalido" en ningún pasillo del hospital; pero, como David, tengo esa sensación de deber de permanecer, de que no todo vale como hubiera valido antes. Si tengo que hacer un viaje largo en coche, lo hago; pero en mi pensamiento siempre va mi hijo y lo que él pueda necesitar de su padre. Mi existencia queda, pues, felizmente condicionada. 

Ante ese espejo me obligo también a pensar en hechos ya consumados; ese no haber sido capaz de darle a él lo que yo más hubiese querido: una familia única, un hogar unido. Porque en el fondo quiero pensar que somos muchas las personas cuya mayor aspiración en nuestro recorrido vital, aunque en el día a día la acompañemos de muchos otros objetivos de menor rango, no es más que construir ese hogar donde ser felices y transmitir esa felicidad a quienes han de seguirnos.

No obstante, con la misma serenidad con la que escribo lo escrito, concluyo que es mi obligación convertir cada caída en una oportunidad. Al menos, mientras que no me bajen del ring como prematuramente ha sido bajado David Gistau.

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