sábado, 28 de marzo de 2020

Él.

Cuando se va es algo así como si se fuera la alegría. Los minutos inmediatos siguientes a la despedida son, probablemente, los peores. Él, que todo lo saca y nada recoge, deja al marcharse la tarea de ordenar sus animales, sus dinosaurios, sus cosas. Y el vacío se hace palpable, tangible. Como la tristeza, que se derrama sobre el rostro.

Es una forma de cargar culpas que no siempre son propias, aunque si tiramos de ese hilo no hay más tonto que el que escribe.

Quedan, también, la esperanza de la vuelta, la ilusión del reencuentro y no pocas certezas. Y queda el amor, aprendiendo a ser paciente.

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