Hace media vida, o 3 años, pronuncié mi pregón para Pasión, en el que terminaba describiendo una ensoñación cosida a base de los retales de algunos lunes santos ya pasados, lo que me recuerda mucho a la situación actual. Por ello, con toda humildad, en este Lunes Santo de 2020 rescato aquel final por si a alguien reconforta:
Andaba escribiendo todo esto en una de las tantas tardes y noches que le he dedicado a este pregón cuando, en un momento dado, el cansancio debió vencerme y debí quedarme dormido. Y tuve un sueño: un sueño donde se mezclaban sin ton ni son elementos del pasado y del presente, junto con otras de esas cosas que solo ocurren en los sueños.
Amanece el siempre ansiado Lunes Santo y yo he vuelto a mi casa en este barrio: mis padres ya se han ido al trabajo diario cuando en esa realidad paralela yo me despierto y a toda prisa levanto la persiana y miro al cielo. Su azul celeste me tranquiliza y me invita a preparar con ilusión mi particular altar de insignias. La camiseta, la sudadera, el pantalón, los calcetines, todo blanco, como mi costal. La faja, burdeos para combinar con el palio de mis desvelos, aporta la nota de color junto con las dos estampitas de los titulares y la bolsa de caramelos. Lo dispongo todo con cuidado y con respeto, que hoy… hoy tenemos pelea.
El día pasa con la prisa del que ansía: tras un almuerzo ligero y con las palabras de ánimo de cuantos me quieren en la mochila, cuando me quiero dar cuenta voy camino de la Iglesia con mi papeleta de sitio entre los dientes. Entro al templo y vuelvo a comprender un año más lo que significa la palabra Hermandad: cuánta gente reunida para dar público testimonio de fe, la nave central de nuestra Parroquia está llena de gente que viste hábito morado, mientras el equipo de priostía da los últimos retoques a esos indescriptibles altares que son los pasos de nuestros Titulares.
A los costaleros nos mandan que nos vayamos haciendo la ropa para colocar el paso de palio justo a los pies del altar de Santa Teresa. Revisados los costales, el capataz canta la alineación para el inicio del partido y ocupamos nuestros puestos bajo las trabajaderas. En la intimidad y el silencio del lugar, la primera levantá capta todas las miradas y mientras los inminentes nazarenos aplauden nuestro esfuerzo, a nosotros los kilos nos dan la primera bofetá. ¿Tanto pesaba?
Llega la hora, con puntualidad británica se abren las puertas y la marea morada se abre camino entre la multitud como auténtico pueblo de Dios y bajo su mandato: siguiendo a la cruz. A la voz de su capataz vuela Cristo tres veces caído y se percibe la emoción cuando gana las jambas de la gran puerta que separa lo sagrado y lo mundano. Apenas le vemos iniciar la revirá de la salida a sones dolientes de tambores y cornetas y ya nos llaman a los del palio para que nos coloquemos, una vez más, en nuestro lugar bajo la trabajadera. Bajo la peana de la Reina del Lunes Santo hay murmullos, hay oraciones y hay palabras de ánimo. Pero sobre todo hay ganas de volar. El palio roza el cielo, la calle se vuelve un clamor y el latir de mi corazón se acompasa al redoble de los mismos tambores que me dormían cuando, con apenas unos meses de vida, mi abuelo les hacía cobrar vida en su garganta.
La de Rafael Alberti, la del Canónigo Molina Alonso, la del poeta García Lorca, la del Marqués de Comillas, la del General Tamayo, el Paseo. Mis calles de diario, las que me guían primero camino del trabajo y más tarde camino del hogar, parecen las mismas de cada día pero hoy son diferentes: se ven de otra manera, se respiran de otro modo. Son testigos de excepción de la puesta en escena más perfecta que se puede contemplar. A la carrera oficial llegamos como llegábamos los del chupete: con una revirá que dura lo que dura una Madrugá para que el Paseo se vuelva un surco de alabanzas labrado por los pies de quienes dan forma al sueño morado.
Ricardos, Siloy, Real, Lope de Vega y el palmeral que hace de pórtico de entrada a la Catedral de la Diócesis. ¡Cuánta gente cabe en esa plaza y ya, a estas alturas, ni un alfiler! Y de ahí a la Patrona por la estrechez del Cubo. El encuentro soñado de Jesús con María del Mar, que también es su madre y la de todos los almerienses. Pocos momentos son más esperados que el encuentro anual de nuestro Señor con nuestra Patrona.
La Cofradía, descontando los minutos, sigue avanzando en su regreso y se adentra en lo oscuro de la noche mientras el palio de los Desamparados se recubre con ese halo de melancolía que adorna a los palios cuando rezan de vuelta. “¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?”.
En la soledad que la noche nos propone en Gerona, Plaza Circular y Canónigo Molina Alonso, María y yo no caemos en desánimo alguno sino que vamos cogiendo fuerzas de donde no quedan para el final deseado y temido al mismo tiempo: sabemos que cuando nos acerquemos a las puertas de Santa Teresa, en ese cruce de caminos que, como les decía, cobra dimensión de plaza de barrio, habrá una multitud esperando su llegada, quieren despedirse de Ella en la calle hasta la siguiente primavera.
Y es que todo llega. Y en los ecos de mi mente aún resuena, suave y muy al fondo, como esas melodías que no reconoces pero que rápidamente te devuelven a la magia de un instante ya vivido, una última marcha que perfila el rostro primero de la madrugada.
Con sus notas acariciamos la última revirá que es también el final de mi Pregón. Qué bella suena la música y qué armonioso suena el vaivén de las bambalinas con la mecida que sus hijos le damos a su palio en el silencio de otra expirante noche de Lunes Santo.
Última levantá en la calle y Tú, Señora, subes la rampa sin perder la cara a tus devotos; se desbordan las emociones, hay 30 corazones que te llevan en volandas aun cuando el esfuerzo ha superado ya la barrera de lo posible.
Arriba, en el abarrotado silencio del templo, te esperan todos los tuyos, los que en la tarde-noche de otro Lunes grabado a fuego en la sangre de tu gente te han acompañado por Almería y, entre ellos, yo lo sé, destaca uno. ¡Qué guapo está aunque esté caído!, se le nota en la cara que piensa “qué bien, que mi Madre también ha venido”.
Un último himno nacional vuelve a poner el cronómetro a cero; las puertas se cierran, todo parece haber terminado y la espera empieza de nuevo.
Ante tu paso, abrazos, fotografías, lágrimas, sonrisas de satisfacción y de alivio: el deber cumplido. Y yo, que en la escena no soy más que el producto de un íntimo y viejo sueño mío quedo equidistante entre el Hijo y Tú, su bendita madre.
Y en un momento,
en apenas un instante
Nadie se ha dado cuenta,
Pero tu hijo consigue mirarte.
Ha levantado la cara
¡Qué esfuerzo tan loable!
Y se cruzó vuestra mirada
¿Cómo no enamorarse?
Y las lágrimas se han ido
Y en el pecho de esta Madre
Ya se olvidan los dolores
¡Déjame que te lo cante!
Una rosa ha florecido
De tu pecho ya ha nacido
Y ha venido para quedarse
Qué alegría tan inmensa
¡Yo no quiero despertarme!
Fui testigo del Amor
En ese instante, te lo juro
Ha sonreído mi Señor
Arrancando de mi alma y de mi cuerpo
Todo rastro de desolación
¡Qué esperanza tan hermosa
Esta bendita ensoñación!
¡Qué estremecimiento, qué alegría!
¡Cuánto gozo en esta bendición!
Y es que si toda la vida es sueño,
-Como el poeta ya intuyó-
Que el sueño de este hijo
Se llame siempre ¡Pasión!
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