lunes, 2 de noviembre de 2020

Lo Divino (VII)

 

Gran Poder, de Juan de Mesa.

Hay un pulso constante en Ti: el que se dirime entre la zancada imposible del compás de tus piernas y la mansedumbre inalcanzable del rostro del cordero de Dios. Porque en ese perfil izquierdo tuyo está toda la nobleza que no se atisba en un cuerpo decidido y fiero que toma su cruz y se dirige con ella hacia la certeza de una horrible muerte que no es sino la antesala de la vida. Porque hay algo en tus huellas que apunta a tu divinidad, no pudiendo ser un hombre más el que camine como Tú caminas.

Y es en ese pulso donde me pierdo y aprendo, donde he descubierto un misterio nuevo para acercarme a la magnificencia de Cristo. No pretendo ser yo el que lo resuelva, ni querría que nadie lo hiciera. Porque, insistiré, ni un hombre podría caminar así, ni Dios habría de ser tan manso ante un destino tan cruel. Bendita la mano que te talló y benditos los ojos que te imploran. Gracias, Señor, a Ti que pusiste freno a mis súplicas aun pudiéndolo todo, para enseñarme que no siempre lo que se quiere es lo mejor, y que Tú no te conformas con hacernos caso. Porque tras esa mansedumbre tan tuya se esconde una decisión, ¡el amor!, incomparable. Y en tu mano, la potestad y el imperio.


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