miércoles, 17 de febrero de 2021

Miércoles de Ceniza

Tengo un amigo, Paco, que por Cuaresma suele renunciar al dulce, que le pirra. Lo hace a modo de sacrificio y ofrenda. Yo creo que fue en 2018 cuando decidí emularle y hacer lo mismo, pero privándome del queso, que me pica más que el dulce. En 2019, con todo lo vivido en 2018, decidí que tampoco hacía falta fustigarse uno mismo de manera tan innecesaria; pero en 2020, en un arranque de necedad (que nadie se lo tome a mal), decidí retomar los cuaresmales sacrificios renunciando al dulce, que desgraciadamente y con la edad, cada vez parece que me guste más.

El caso es que recién estrenada la Cuaresma de 2020 fui, por fin, a comer a un restaurante de Almería al que le tenía muchas ganas y del que se cuentan maravillas sobre su tarta de queso. Maldición. Qué falta de previsión. Tuve que renunciar a probar el ansiado manjar (que digo yo que lo será, pues aún no lo he probado) por estar ya sumido en ese sacrificio autoimpuesto para la pasada Cuaresma. A los pocos días nos encerraron a todos en nuestras casas y la vida se sumió en este tedio que ya nos resulta tan familiar. ¿O soy el único que se asombra de ver multitudes o abrazos en la televisión?

En fin, que ya está aquí el de Ceniza de 2021 y no tengo ganas de prometer nada porque a nada sé ya por dónde meterle mano. Tanta incertidumbre rompe la baraja, desequilibra la balanza. Y en el horizonte empezamos ya a vislumbrar un nuevo Domingo de Ramos, estallido de la nada o, aún peor, reventón de la ausencia, de la herida mal curada en el calendario de unos días que no son sino la triste copia del día anterior en este vivir sin vivir que nos obliga a volver los ojos (y el corazón) a lo que siempre se ha llamado las pequeñas cosas para a continuación decir que son las más importantes. Aplastante ilógica. Y a la salud, ésa que tanto celebrábamos cada 22 de diciembre en busca de un consuelo impropio de Jueves Santo y a la que ya no queremos perder la cara, no sea que se cuele más aún en nuestras vidas ese bichito invisible que tantas y tantas ha segado, muchas de ellas sin cómputo ni registro oficial. Que ya no votan.

Y tras el de Ramos, el de Pascua o, como a mí más me gusta, el de Resurrección. También llegará para hacer el de 3 seguidos sin pisar las calles de una ciudad que ni sabe qué esperar, ni parece que le importe. Pero si hay una advocación bonita en este mundo ésa es la de la Esperanza y ya se sabe que la Esperanza es lo último que se pierde. A ver si a base de repetirlo nos lo terminamos de creer.


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