viernes, 31 de diciembre de 2021

Ciao 21

Ninguno de los hitos que han terminado por marcar mi 2021 entraba en mis cálculos hace justo un año, el 31 de diciembre de 2020. No sé si soy yo o somos todos los que andamos sumidos en una incertidumbre constante desde que a principios de 2020 la vida, como la conocíamos, cambió.

¿Cuáles serían esos hitos? Seguramente el primero de ellos sería ese liarnos la manta en la cabeza a nivel familiar para que la empresa que no en vano lleva el nombre de mi padre dé un saltito más. El momento de adquirir un señor local en el entorno más céntrico de la ciudad y al que hay que hacerle -está en curso ahora- una señora reforma tiene ese punto de vértigo que ese tipo de decisiones, supongo, requiere. Cuando de aquí a unas cuantas semanas, meses, la reforma finalice y traslademos las oficinas a su nueva ubicación en Gerona 15 cambiará sustancialmente nuestra forma de trabajar, que ya de por sí cambia día a día, nuestra percepción del equipo y la propia percepción que clientes y amigos puedan tener de la propia asesoría. Y éste está llamado a ser, a su vez, uno de los grandes hitos de mi 2022 y casi que de mi década.

El segundo de esos momentos diferenciales vivido en 2021 bien podría ser el lanzamiento de mi querido guardabrisas a las ondas el pasado mes de septiembre. No muchas semanas antes era algo imprevisible, pero en una conversación más o menos casual con Víctor Hernández Bru conseguí ganarme su confianza para proyectar algún tipo de espacio cofrade en la emisora que él gestiona (esRadio Almería, claro). En no demasiado tiempo El Guardabrisas cogió forma como espacio semanal y hoy es una realidad más o menos consistente a la que Daniel Valverde y José Antonio Sánchez, junto con quien escribe, dan un realce y un empaque que no desmerece del resto del panorama informativo cofrade almeriense. O eso creo. Y si desmereciera, debo decir que lo pasamos bastante bien y con eso me quedo.

El tercer momento clave de este año tuvo lugar el 30 de octubre. Sin muchos perejiles, con poca familia y pocos amigos, me casé con Belén. Una boda muy en tipo covid, en un paréntesis de los pocos tan despejados que nos ha brindado esta incesante pandemia que tiene mucho de real pero en la que los medios de comunicación y los propios gobernantes deberán valorar algún día si no se están excediendo. El caso es que, hablando en primera persona y singular, volví a casarme no demasiado tiempo después de haber vivido una experiencia algo traumática y mis cicatrices tengo. No me considero ejemplo de nada, aunque algunos buenos amigos me hayan dicho cosas parecidas; lo cierto es que creo que he tenido mucha, muchísima, suerte y Dios dirá.

Total y como decía al principio, un año vivido a base de momentos difícilmente imaginables al final de 2020. Por el camino muchas otras cosas: mi entrada en ese mundo tan curioso que es BNI, la renovación de la junta de gobierno de mi Hermandad con otra Semana Santa más frustrada, el premio La Hornacina con todas sus derivadas, las amistades que se afianzan, el centro de entrenamiento personal empezando al fin a funcionar y, muy especialmente, cada día, cada instante, cada recuerdo con los míos y sobre todo con el mío, con Mateo, un niño increíble y una responsabilidad apasionante en la que seguir moldeando lo que, a Dios gracias, bastante bien venía ya de fábrica.

Si el 2021 ha sido tan inesperado, cualquiera juega a adivinar lo que va a traer el 2022. Ya hay alguna pincelada con el tema de la oficina, quedamos expectantes a ver qué se puede hacer el próximo Domingo de Resurrección (que ya está bien la bromita) y nos asomaremos a un nuevo año, en fin, con el corazón dispuesto a lo que venga pero pidiendo siempre mucha salud y mucha vida. Lo demás, en lo posible, correrá de nuestra cuenta. Feliz 2022.



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