Fábula del amigo que se tropieza.

Dos buenos amigos iban cruzando un bosque disfrutando de la buena compañía y de una agradable conversación. Había un camino más o menos trazado pero como no podía ser de otra forma era bastante irregular pues en el suelo había piedras, raices e incluso arboles caídos.

De repente, uno de ellos tropezó y cayó al suelo, arañándose las palmas de las manos y poniendo cara de un cierto dolor.

- Buen amigo, siento que te hayas caido y quiero que sepas que no ha sido culpa mía: no te he tirado, ni empujado, ni puesto la zancadilla, simplemente has tropezado y te has caído.

- Ya lo sé buen amigo, no te preocupes. Me he hecho daño pero sé que no ha sido culpa tuya.

Siguieron caminando por el bosque cuando el mismo amigo tropezó y nuevamente cayó. Esta vez incluso rasgó su pantalón a la altura de las rodillas.

- Buen amigo, siento que te hayas caído y quiero que sepas que no ha sido culpa mía: no te he tirado, ni empujado, ni puesto la zancadilla, simplemente has tropezado y te has caído.

- Ya lo sé buen amigo, no te preocupes. Me he hecho daño y se ha roto mi pantalón, pero sé que no ha sido culpa tuya.

Prosiguieron con su camino y cuando ya iban a llegar a una ruta mejor, volvió a tropezar y cayó en un mojado, llenándose por completo de barro.

- Buen amigo, siento que te hayas caído y quiero que sepas que no ha sido culpa mía: no te he tirado, ni empujado, ni puesto la zancadilla, simplemente has tropezado y te has caído.

- Ya lo sé, siempre has sido un buen amigo y sé que no has tenido culpa en mis caidas. Te encargaste de recalcarlo y yo siempre lo acepté, pues era cierto. Pero, ¿cuántas veces me caí sin ser tu culpa?

- Tres, amigo.

- ¿Y cuántas de esas veces me ayudaste a levantarme?

- ...

Y es que las personas importantes no solo deben de no hacernos daño, sino que también deberían, pienso yo, ayudar a levantarnos cuando nos caemos, cuando nos hacemos daño.